Noche buena pone en escena a una familia de campo que se prepara para recibir la Navidad. Una esperada cena se transforma en pesadillas de resentimientos, deseos sin cumplir, secretos y mentiras.
Teresa es la matriarca de la casa; Julián es el único hijo varón que dedica su tiempo a leer y difundir el comunismo; Ana es la hija mayor que se ocupa de las tierras, y María es la hija menor apasionada por la danza. Antes de comenzar la cena la familia recibe a los novios: Alan, el enamorado de Ana, quien intenta una y otra vez quedar bien con su suegra sin lograrlo, y Sebastián, el flamante novio de María, un supuesto asesor de maquinarias agrícolas que sufre el duelo por la muerte de su padre.
Todos se entretienen en acciones banales y frases al pasar para apaciguar la ansiedad por la esperada llegada de Roque, un amigo de la familia que les vendió –con convenientes condiciones– modernas máquinas para trabajar la tierra. Sin embargo, su retorno a la estancia luego de tantos años de ausencia, no trae más que problemas al hogar.
La fragilidad del bienestar de la familia se expresa en la escenografía, mediante elementos muy pequeños y escasos en comparación con el gran espacio. Una mesa con cuatro sillas, una mesita con un teléfono, un espejo y una cocina con una sola cacerola encubren los restos que quedaron de una familia apacible y trabajadora. En el fondo de la escena, un árbol de navidad destartalado completa el cuadro. Mediante las normas del realismo los personajes recrean, con estos pocos materiales, todos los espacios de la casa: hacen de cuenta que abren y cierran las puertas, no pueden oír lo que dicen otros aún estando a su lado, simulan tomar mate, etcétera. De este modo, consiguen en el público el efecto dramático sin perder naturalidad y credibilidad.
Hay en el aire una sensación de caos latente, de algo importante que está por suceder y, sin embargo, cuando se descubre el secreto, los hechos no explotan en todo su potencial. Puede ser consecuencia del gran caudal de marcaciones escénicas espaciales, que parecen distraer a los actores de la encarnación profunda de sentimientos acordes a los sucesos.
No obstante, es destacable el ritmo escénico que propone el director Luciano Cohen al establecer pequeñas pausas en el movimiento de los personajes. Son marcaciones características de un tiempo que intenta detenerse y hace honor al subtítulo de la obra: ¿sabés lo que daría por volver el tiempo atrás? La culpa, las decisiones no tomadas, el engaño, el silencio y la catástrofe económica arrastran a la familia a desear un pasado armónico al que ya es imposible retornar.
Teresa no deja ir a su hija mayor para formar su propia familia porque es la única que puede ocuparse de la producción del campo, pero el resentimiento y la tristeza de Ana cala hondo en sus hermanos y ellos se deciden a dejar de lado sus propias ocupaciones para ponerse al hombro la economía familiar. Finalmente, entre todos planifican la mejor forma de no descuidar el trabajo, al mismo tiempo que logran seguir sus propios planes. Y si bien no logran volver el tiempo atrás, pueden mejorar su difícil presente al mantenerse unidos. La noche no es buena, pero es la que pueden tener. Mañana será un nuevo día.
Ficha técnico-artística
Actúan: Viviana Corea, Laura Gubinelli, Natalia Suarez, Juan Hurtado, Sergio Masi, Francisco Pedreira, Gisela Paola Scafati y Alejandro Schijman.
Vestuario: Luciano Rosini.
Diseño de luces: Matías Roncoroni.
Música original: Tremor.
Diseño gráfico: Edgardo Carosia.
Asistencia de dirección: Natalia Suárez.
Dirección: Luciano Cohen.
Sala: Belisario Teatro Club de Cultura (Avenida Corrientes 1624, CABA).
Funciones: Domingos 20hs
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