Reseña de la obra teatral La Tortuga, escrita y dirigida por Marcelo Allasino, estrenada durante la cuarentena. Un monólogo intenso, realizado desde el living de la casa de la actriz Matilde Campilongo, a través del que se logra reivindicar toda la potencia del teatro en vivo. Una mujer grita, con ironía y humor, todo el dolor guardado.
En un lunar de mi cuerpo reconozco el cosmos. La primera célula humana,
el reptil que salió del charco y se convirtió en simio.
Me salto mil pasos intermedios de la evolución,
desde la metamorfosis de las branquias en pulmones
hasta el alzamiento progresivo del rosario de las vértebras.
Por otra parte, en un lunar de mi cuerpo que me escuece
y muta veo la realidad como dentro de la bola de cristal
de una pitonisa de feria, todo lo que me oprime,
los rayos alfa, gamma o beta que irradian los módems portátiles
y las redes wifi invisibles que atraviesan los muros y me apuñalan.
(Fragmento de la novela Clavícula de Marta Sanz)
Teatro por streaming. Teatro a distancia. Teatro en casa. Teatro en estado de confinamiento. La experiencia teatral La Tortuga nos hace vivir en carne propia esa sensación de encierro que atraviesa la protagonista. Una mujer de más de cincuenta años se refugia en las posibilidades infinitas de (in)comunicación que le da internet, mientras se recupera de una cirugía en la matriz, es decir, le acaban de extirpar el útero por un tumor que no paraba de crecer. Su estado de salud condiciona no sólo su rutina sino su propia identidad, y la hace asomar la cabeza hacia el pasado. Navega en las redes sociales buscando a los compañeros del colegio secundario, buscando un interlocutor válido con quien conectarse. Pero no lo logrará. La protagonista habla con Mariela, su amiga de la adolescencia, por videollamada. Mariela es sólo un ente, un medio para la descarga. En la red compartir y competir son dos palabras que se parecen mucho. No hay conexión posible, y quizás ni siquiera hay alguien real del otro lado.
La experiencia se ofrece a través de la plataforma Teatro Uaifai, e intenta reproducir un encuentro lo más similar posible al teatro. La función sucede a una hora específica, en vivo, no se graba, y cada función es única. Al ingresar al portal, aguardamos frente a la pantalla con un anuncio que indica el tiempo restante para el comienzo. Luego, un plano fijo de la escena vacía, tal como la veríamos al ingresar a una sala teatral, hasta que la actriz hace su entrada.
Matilde Campilongo protagoniza (desde el living de su casa en formato cuarentena), este monólogo intenso y desgarrador, pasando por diferentes registros actorales. Comienza en un registro realista para irse de a poco al expresionismo, posibilitado gracias al juego con la cámara que le devuelve al espectador una imagen deformada y perturbadora. Vemos a una mujer desfigurada por sus sentimientos. Narra a su interlocutora los pormenores de la cirugía y su vida actual, para luego adentrarse en los recuerdos de juventud. Cuenta con mucho ritmo, con humor, con irreverencia. Suelta una carcajada aguda entre momentos solemnes. Rememora, con ironía y nostalgia, el universo adolescente en el que creían saberlo todo. Esa mujer que hoy convive con una hija que no le habla, y con un esposo que se mudó a otro cuarto para darle espacio, y con el que probablemente tampoco tiene diálogo, se adentra en su propio caparazón y revuelve hasta que sangra. La música de entonces, la muerte reciente de un compañero de curso, el viaje de egresados a Bariloche, un embarazo no deseado, la mirada de la sociedad, un progenitor que no se hizo cargo. Y el después: negar el origen de la hija, sostener una mentira toda la vida, pagando el costo con su cuerpo.
Vaciada en todo sentido. De deseo sexual, de amor, de perdón, de sensibilidad, de sus propias decisiones. Campilongo se calza el caparazón de una mujer que siente la piel de los brazos como la de una tortuga. Un ser que asoma la cabeza para dar testimonio ante una pantalla que, por la misma distancia y frialdad del dispositivo, le permite la catarsis.
Resulta difícil verla entera. Los diferentes ángulos que elige para mostrarse ante la videollamada, nos ofrecen partes de una mujer atomizada. La historia que rememora con Mariela se va contando a través de su cuerpo exhibido en fragmentos. Se sorprende por el tiempo que tarda la naturaleza en desarrollar un ser humano desde diminutas células, y la velocidad en la que puede ser extirpado un órgano.
Las referencias a la intervención médica no son tranquilizadoras ni metafóricas. El caparazón que protegía los órganos internos tiene golpes y fisuras. Esta mujer habla de frente y directamente. Necesita este momento de explosión verbal, en el que juega con el lenguaje comparándose con el animal ancestral. Necesita sacar afuera el ruido de ese cuerpo doliente, que lidia, además, con la menopausia.
Campilongo y Allasino han logrado potenciar enormemente una gran historia, al incorporar el dispositivo audiovisual. Proyectaban estrenar la obra el dieciocho de Abril de este año, pero el aislamiento obligatorio los empujó a adaptarla a un nuevo escenario, que nada tiene que ver con el teatro filmado.
Un relato íntimo que, en el contexto actual, pone de manifiesto hasta qué punto el cuerpo es un texto y el texto es un cuerpo, que se vuelve político. Lo físico y lo espiritual, las relaciones de poder afectivas, económicas, laborales, tienen incidencia en la salud en su conjunto. Son dos fenómenos intrínsecamente relacionados, y condicionados por las variables de clase y género.
La protagonista de La tortuga se arroga el derecho de la queja, de manifestar su dolor en un ámbito en el que convencionalmente sólo se ve lo mejor de cada uno. No es casual el medio elegido, ella quiere torcer la calma entre likes y emoticones sin alma. Probablemente juntó durante muchos años la bronca, la desilusión y la nostalgia de una adolescencia no elegida, esperando este momento.
Ficha técnico-artística
Autoría y dirección: Marcelo Allasino
Actuación: Matilde Campilongo
Asistencia: Cony Balsategui
Música: Nico Diab
Espacio e iluminación: Marcelo Allasino
Vestuario: Julia Barreiro y Gustavo Mondino
Objetos: Salvador Aleo
Fotografías: Leandro Bauducco
Diseño gráfico: Leonor Barreiro
Jueves y sábados a las 22 hs.
Versión en cuarentena / Funciones online en vivo
Duración: 45 minutos
Boletería virtual: Entradas en venta en www.teatrouaifai.com
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