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Melina Martire

Subirse al tren en vez de verlo pasar

Como si pasara un tren, obra simple y conmovedora sobre los miedos y deseos que atraviesan nuestras vidas. Crecer, viajar hacia lo desconocido, jugar, cumplir los sueños, soltar.




Encuentro en la novela Distancia de Rescate de Samanta Schweblin un punto de contacto con esta obra sobre el aprendizaje, la maternidad y la transformación. <<“Distancia de rescate”: así llamo a esa distancia variable que me separa de mi hija y me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería>> dirá Amanda, la protagonista de la novela de Schweblin. Esa suerte de cuerda invisible que la mantiene unida a su hija puede tensarse tanto como las situaciones por las que pasan, verdaderas pesadillas solapadasun temor latente, algo cercano a este drama. En esta obra de teatro se presentan múltiples voces para narrar los acontecimientos desde distintos puntos de vista, una madre obsesionada con su descendiente, el campo o pueblo provinciano como escenario, un episodio de quiebre, y una transformación.

Las primeras horas que pasamos en la casa quería tener a Nina siempre cerca. Necesitaba saber cuántas salidas había, detectar las zonas del piso más astilladas, confirmar si el crujido de la escalera significaba algún peligro.

El tren recorre la misma ruta establecida cada día. Juan Ignacio (Guido Botto Fiora) juega a su lado, carga muñequitos a los vagones, puebla el paisaje de árboles y personitas. Es un adolescente con retraso madurativo, un niño en el cuerpo de un hombre que tiene muchos sueños y deseos, que nadie escucha. Sobreprotegido por su madre Susana (Silvia Villazur) no logra despegar más allá de las cuatro paredes de su casa. Es llevado al colegio ida y vuelta, se le indica cuándo comer, cuándo ponerse el pijama e irse a dormir. Susana ve en cada novedad un posible riesgo para su hijo, al punto tal de que no le permite ir a la granja que visitarán en excursión todos sus compañeros de colegio, quién sabe qué enfermedades podría pescarse. Pero la llegada de Valeria (Luciana Grasso) desestabiliza este orden establecido, haciéndolos salir del lugar conocido.

La prima adolescente de Juan llega desde la ciudad en calidad de visitante obligada. Su madre la envió a lo que considera el campo (a pesar de que es una ciudad de cuarenta mil habitantes, como se encarga de señalar enojada la tía) como castigo por haberle encontrado un cigarrillo de marihuana. Está enojada, se siente frustrada por no poder contradecirla, la estadía en el nuevo hogar le resulta monótona y agobiante, se siente presa sin internet, sin sus amigos, sin su novio, sin sus clases de facultad.

Valeria es el opuesto absoluto de Juan. Toma decisiones, sale sola, debate, cuestiona y reclama. Le cuenta a su primo cómo es viajar en un tren verdadero y le promete a modo de juego que un día viajarán en uno juntos. Juan se entusiasma y cuenta a su madre el nuevo proyecto, lo que desata la ira de Susana. Le recrimina a su sobrina que ose meter ideas extrañas en la cabeza de su hijo. No lo considera capaz de hacer ese viaje y quiere evitarle la frustración.

Efectivamente, Juan se frustra y cae en una crisis de furia y autoflagelación, que sólo se calma con medicamentos recetados. Lo que Susana no logra comprender es que justamente su forma de absorber a su hijo es, sino causante, el agravante de la patología del chico.

A pesar de la reticencia de Susana, la recién llegada logra instalarse en el corazón de ambos. Introduce a Juan en el universo de la música, en el baile, en los deseos y aspiraciones de una joven moderna. Por primera vez, al muchacho se le permite ir y volver solo de la escuela. Mientras que a su tía le brinda una red de contención para que se libere y así, logre aflojar el hilo tenso e invisible que la une a su hijo.

Como si pasara un tren es una comedia dramática que nos introduce en el universo de esta familia disfuncional que no hace lo mejor, sino lo que puede con esta vida que por momentos avanza apresurada, por momentos se detiene y se estanca, que emite sonidos de auxilio, que cambia de dirección y vuelve a pasar por los mismos lugares. Así, la temática del tren atraviesa la obra. Es la obsesión del protagonista y la excusa para imaginar y concretar un viaje hacia nuevas experiencias.

Pero para que Valeria y Juan logren sus deseos, Susana debe soltar y dejarse llevar, en vez de marcar ella el ritmo. Un momento de quiebre en la historia se da cuando su hijo no puede contarle sus dos deseos más profundos porque cree que se va a enojar. Ella, en un intento de adaptación a las nuevas necesidades de su hijo, le promete que no se enojará y se muerde la lengua para no hacerlo. Juan quiere ver a su padre y viajar en tren. El primer deseo resulta imposible ya que se devela la verdad detrás del abandono paterno. Momento duro pero necesario para que el protagonista pueda ingresar de a poco en el mundo real. Pero el segundo sí logra concretarse. Cuando él le pregunta a su madre cuáles son sus deseos, ella no tiene nada para decir. ¡Qué aburrido no querer nada! exclama Juan. Susana comprende que su falta de sueños propios no es una forma de entrega y amor hacia su hijo, sino una anulación de sí misma.  Por eso encontrará en Valeria su reflejo inverso, un choque con la imagen de la persona que desearía ser.

Ficha técnico artística

Dramaturgia: Lorena Romanín

Actúan: Guido Botto Fiora, Luciana Grasso, Silvia Villazur

Vestuario: Isabel Gual

Escenografía: Isabel Gual

Diseño de luces: Damian Monzon

Realización escenográfica: Estudio Werkplatz

Fotografía: Male&dapa

Diseño gráfico: Fermín Vissio

Asistencia de dirección: Mariano Mandetta

Prensa: Carolina Alfonso

Producción: Casandra Velázquez

Coreografía: Juan Branca

Dirección: Lorena Romanín

Sala: El camarín de las musas (Mario Bravo 960, CABA)

Funciones: Viernes 22:30hs.


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