Moverse constantemente en escena, accionar, mirar al público directamente a los ojos, develar el artefacto teatral, gritar discursos crudos y violentamente poéticos, mezclar lenguajes artísticos, mostrar los hechos más inhumanos para despabilar el alma del ser humano.
Ese podría ser el modesto resumen de lo que persiguen autor y director en esta pieza. Rey Lear, de Rodrigo García, con puesta de Emilio García Wehbi, fue estrenada en el Festival Internacional de Buenos Aires edición 2013 y desde entonces se ha representado en varios países. Recientemente se presentó como atracción principal de la quinta edición del Festival Temporada Alta en Teatro Timbre 4.
Mientras accedemos a las gradas a través del escenario, sorteando a los actores, nos entregan una hoja que contiene el manifiesto de la obra. En consonancia con la estética gastronómica de la puesta, que pone sobre el escenario dos sectores dedicados a la preparación de alimentos, el manifiesto propone, entre otras cosas, “cocinar acusaciones, sazonar crímenes, flambear violencias, tostar delaciones, guisar estupros, chamuscar abandonos”.
Un vestuario de época descartable acompaña la propuesta de cocinar, transformar los hechos en otros, revisarlos, desmembrarlos, ponerlos al fuego, deshacerlos. La idea que da origen al texto es la historia del Rey Lear de Shakespeare, pero centrándose en el monólogo del rey que propone robar los grabados de Goya aprovechando el contexto de un conflicto bélico, como así también en el carácter e intenciones de las hijas.
El texto original tiene un claro tinte político, en tanto la figura del rey que abandona sus obligaciones representa la importancia del liderazgo político para evitar la descomposición social. Pero dicha descomposición justamente resulta inevitable para la mirada de Rodrigo García y ella es la protagonista de la obra.
Primero la hija menor y favorita del rey, Cordelia, lanza su monólogo sobre su desinteresado amor por su padre. Luego las otras dos hijas, vestidas con ropas ajustadas, tacos altos y muy maquilladas, exponen sus puntos de vista. Sin ocultar su plan falto de moral, luchan entre ellas por hacerse del poder, manifestando esa ira a través de tortas que se arrojan a sí mismas en la cara. El escenario se va ensuciando y contaminando, los actores resbalan, intentan mantenerse en pie. El Rey también tiene su momento de protagonismo al desarrollar un monólogo excepcionalmente encarnado por el actor Pablo Seijo, haciendo una comparación entre la fidelidad de un perro y la de un ser humano. El animal es el único que, a pesar de las atrocidades a las que lo somete, sigue a su lado. A medida que transcurre la obra los personajes se arrojan comida, se ensucian, transpiran, tocan instrumentos musicales, se desvisten.
Los discursos, yendo constantemente de lo solemne a lo grotesco, muestran una fuerte intertextualidad que rompe con las jerarquías autorales y conjuga la música, la poesía, el cine, en una forma difusa y compleja, como esa mezcla de alimentos de sobra que se le prepara a los perros.
Cabe destacar que García Wehbi está presente en escena y en el programa de mano se presenta como relator. Está constantemente observando, ayudando a los actores, pero también hay algo de su presencia que desencaja, pone en evidencia que ella interfiere en el espectáculo en la medida en que da cuenta de su particular punto de vista sobre el teatro. El espectáculo rompe la cuarta pared escénica y por medio de los personajes también el autor se comunica con el público, rompiendo el plano ficcional.
Durante toda la obra los cocineros asistentes se dedican a preparar la comida que servirá de herramienta de lucha en esta contienda, el aroma a panqueques, pochoclos y bizcochuelos se hace presente. La metáfora alimentaria permite narrar la historia en código de lucha por la comida, ese gran banquete desenfrenado y feroz donde se debaten las relaciones humanas.
Autoría: Rodrigo García
Actúan: Maricel Álvarez, Anita Balduini, Cecilia Blanco, Camila Carreira, Mateo De Urquiza, Vanesa Del Barco, Federico Figueroa, Emilio García Wehbi, Pablo Seijo, Amalia Tercelán, Paula Trinanes
Vestuario: Belén Parra
Escenografía: Julieta Potenze
Iluminación: Agnese Lozupone
Video: Brunatti
Música: Marcelo Martínez
Sonido: Marcelo Martínez
Fotografía: Nora Lezano
Diseño gráfico: Leandro Ibarra
Asistencia artística: Julieta Potenze
Asistencia musical: Vanesa Del Barco
Asistencia de dirección: Paula Baró
Arreglos musicales: Marcelo Martínez
Producción ejecutiva: Julieta Potenze
Coreografía: Marina Sarmiento
Dirección: Emilio García Wehbi
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