Llega fin de año y, como no podía ser de otra manera, hacemos nuestra recopilación de las mejores 10 obras vistas en el 2018. La elección es antojadiza y variada. Obras que se han destacado por su dramaturgia intensa, por sus puestas audaces, por abordar momentos trascendentales de nuestra historia, por actuaciones intensas, por el tratamiento de temas que movilizan a la sociedad actual. Cada una tiene lo suyo y, a su manera, consideramos que han resultado aportes muy interesantes para pensar el teatro como expresión artística fundamental para nuestra cultura.
1 — La Terquedad
La obra de Rafael Spregelburd, concebida en el 2008 en el marco de la Bienal Frankfurter Positionen, que en esa ocasión había convocado a artistas plásticos, cineastas y dramaturgos para que intentaran dilucidar una pregunta sobre la humanidad y sus avances: “Inventar la vida: ¿Por qué se producen tantas innovaciones tecnológicas que tienden a querer garantizar más vida, mientras que no parece haber ningún progreso en el ámbito de la ética?”.
Los tres actos representan un mismo momento temporal visto desde los tres puntos narrativos, disponiendo para tal fin diferentes caras del escenario que se mueve en forma circular a través de un tiempo caprichoso e inasible que va y vuelve. El futuro y lo incierto recorren esta obra que transcurre en Valencia y que habla sobre la nueva concepción de mundo que está dejando el fin de la guerra civil española.
Spregelburd interpreta a Jaume Planc, un comisario de la policía valenciana que inventa una lengua artificial universal a fines de los años 30, en el epílogo de la guerra. Es un fascista que se enmascara detrás de un pretendido proyecto humanista. Con la supuesta intención de ayudar a la humanidad a comunicarse mejor — como si ese fuera el conflicto, y no la lucha de clases, la reforma agraria, la propiedad y las diferentes ideologías — logra que una editorial publique, bajo presión, su famoso Diccionario de la Nueva Lengua. También logra que un traductor ruso viaje especialmente enviado por su gobierno para conocer el invento e invertir en él en caso de ser viable.
Al alterar el código como medio a través del que se construye el mensaje, el comisario altera la realidad. La Terquedad es tiempo fragmentado, un momento que se repite hacia el infinito, como así también podemos ver esa repetición constante del conflicto entre fascismo y comunismo.
2 — ¿Me decís de mañana?
Una representación del universo femenino más íntimo contado desde las profundidades de un baño.
Se trata del recorrido de dos amigas por los recuerdos de la infancia, la adolescencia, la juventud y la vejez. Ellas reflexionan sobre la vida misma, trayendo al presente momentos decisivos que quedaron marcados. La abuela italiana que daba consejos, la otra abuela que cuidaba a su nieta acróbata, un padre ausente, una madre depresiva, amigos que dejaron de verse, ex novios, relaciones tormentosas, el rencor y la melancolía. En un juego rítmico que nunca decae, transitan el espacio escenificando cada evocación en un lugar del toilette.
Todos los objetos son desplazables e intercambiables, mostrando así las distintas etapas de sus vidas. El inodoro, el bidet, la bañera, espejos, brochas, casi todo tiene ruedas y puede moverse por el espacio. Son los elementos de todos los baños que ellas han habitado. Estos materiales toman gran protagonismo porque facilitan la narración. Apoyadas en su experiencia personal (una es bailarina y la otra es acróbata), las actrices ponen en juego sus cuerpos constantemente, en interacción con la escenografía, otorgando de esta manera mucho aire y flexibilidad a la puesta.
Lejos de mostrarse impotentes, dóciles y pasivas, estas mujeres abren las puertas de un mundo complejo, deseante, ambiguo, lleno de símbolos y fantasías. Heridas y goces que ya no se transitan en el silencio y la oscuridad, sino que se escenifican y exponen.
¿Me decís de mañana? es un gran viaje por esas instancias, sensaciones y emociones; un viaje del volver, del reencontrarse. Si pueden regresar a cada uno de esos rincones es porque alguna vez pudieron irse.
3 — Electrico Carlos Marx
La obra narra un proceso en el que Marx asoma en el mundo actual y se deja sorprender por lo que ve a su alrededor, la evolución del sistema capitalista. El subtítulo de la obra es “teatro, ensayo y aproximación”, por lo tanto, se plantea como una gran prueba escénica.
En un espacio con sólo una silla, una guitarra, un perchero y algunos otros objetos, una gran tela traslúcida hace de mediadora entre el escenario y el público. Sobre ella se proyectan twits de este pensador y otros como Engels y Mariátegui. Una forma de traerlos al siglo XXI y hacerlos dialogar con nuestro presente.
Manuel Santos Iñurrieta, además de ser el dramaturgo y director, encarna en escena a Marx pero no se funde directamente con él. Para evidenciar la distancia, usa peluca y barba burdamente falsa, y apela al pacto con el espectador para creer en la ilusión. Lo aborda a través del personaje de un payaso políticamente incorrecto. Es un hombre con panza, pantalón rojo y bombín, camiseta a rayas y un lenguaje rioplatense, que homenajea a cómicos nacionales. El título de la obra cuenta esa lejanía, Marx acá no es Karl sino Carlos.
En su condición de metáfora fantasmal, el filósofo se permite todos los recorridos y las licencias. Como ya está muerto no puede volver a morir, y desde esa premisa enaltece los ideales revolucionarios. En este sentido, la poesía que va recitando le sirve como elemento de distracción para entrar por las grietas del sistema capitalista. El carácter lúdico y musical de los poemas facilita la memorización, los poemas dan cuenta de un trabajo artesanal que ninguna tecnología puede reemplazar.
La obra, mezcla de catarsis y de diálogo con el espectador exige una escucha activa y una entrega total del otro lado del escenario. Santos habla rápido, se pregunta y se responde, interpela con su mirada profunda, no da soluciones sino que dispara interrogantes como flechas que van directo al cerebro y al corazón. Siguiendo la lógica del teatro de Brecht, evita el didactismo fácil y promueve la pregunta constante, mediante el humor irreverente y la comicidad cómplice. Guitarra eléctrica en mano, Santos se ríe de “lo mal que toco”, de la necesidad de que recomienden el espectáculo, introduciendo mensajes que explicita como subliminales ante la risa general del público.
4 — Contra todo
Al ingresar al espacio, el lugar se asemeja a esas películas apocalípticas de ciudades arrasadas. Las paredes están llenas de grafitis y restos de afiches. En el centro del fondo de escenario, una enorme cruz cristiana brilla con sus luces fluorescentes. Sobre ella descansa un actor que representa a Jesús. La frase escrita en un lateral de la escena sintetiza el tema de la obra: “La revolución es un sueño eterno”.
Aquella cita del escritor argentino Andrés Rivera, en el contexto de la puesta, refiere a un mundo actual que ha sido atravesado por muchas revoluciones, sacudones, catástrofes ambientales y dramas sociales. Lo único que parece no haber llegado es la revolución entendida en términos socialistas.
Los catorce actores, que se mantienen casi constantemente en escena, nos llevan de viaje por buena parte del siglo XX y los comienzos del siglo XXI.
Se burlan de la revolución en forma de consigna. Ha sido cooptada por el marketing y vaciada de contenido. Desde la “revolución de la alegría”, hasta la revolución de la ayuda humanitaria como forma de vida de los famosos, como muestra de tolerancia y poderío. También la revolución democrática que genera la ilusión de participación gracias a la posibilidad que tenemos de votar (en escena, muchas decisiones de la puesta se intentan llevar a votación).
Al igual que Bertold Brecht, la dramaturga y directora Mariela Asensio hace uso del didactismo con canciones que denuncian. Con inscripciones en la vestimenta que narran por sí mismas, una iluminación precisa que pone el foco donde debe observar el espectador a cada momento, el uso de consignas y frases propias de los jóvenes para incentivar el interés de quien mira, y mucho humor.
La obra se propone dar cuenta de dos cuestiones fundamentales. Por un lado, de la necesidad del sujeto de comprender que se encuentra sujeto. Y por el otro, partiendo de esa realidad, intenta romper con la identificación de aquellos lugares y relatos que creemos firmes y desde los cuales enunciamos nuestros discursos.
5 — Vientre, el hueco de donde venimos
Se trata de un recorrido cómico y crítico por la historia de las mujeres latinoamericanas silenciadas y oprimidas, para sacarlas a la luz y devolverles su lugar en la tierra.
En el centro de la escena hay un gran ataúd. Dos sepultureros, pala en mano, ofician de narradores y comentadores de los sucesos que veremos a continuación. Estamos frente a un cementerio del que resurgirán, a lo largo de la poco más de una hora de duración del espectáculo, las historias de mujeres anónimas y no tanto, que piden a gritos ser contadas.
Así, intentan mostrar que la historia se ha regido desde el principio por una jerarquía de poder. Por eso comienzan la narración por el origen de los tiempos. Eva fue creada a partir de una de las costillas de Adán para ser sublevada por toda la eternidad, y luego expulsada del paraíso por arrastrar a su esposo al pecado. Desde que a la entidad Dios se le puso un género, se le puso también un sexo, y con esto una supremacía de derecho al hombre en relación con la mujer. Momento sumamente didáctico y cómico en la obra, porque uno de los sepultureros representa a Adán vestido sólo con una hoja que no deja nada librado a la imaginación.
Más que una obra teatral, la propuesta con dramaturgia de Gabriel Graves y Marcos Arano, y dirigida por este último, es un ritual, un carnaval cómico y feroz en el que los personajes desafían el orden establecido, ayudados por las máscaras, la música y el canto.
El espectáculo hecha combustible al hueco que se ha intentado históricamente tapar, abriendo más ese abismo infinito de la tierra que dio a luz a mujeres empoderadas, que construyeron naciones. Una fractura que resquebraja sin retorno el orden de un mundo tan aparentemente inalterable.
6 — J. Timerman
Nueva creación de Eva Halac para este 2018, que forma parte de un ciclo de obras que la dramaturga ha dado en llamar ficciones reales. En esta nueva propuesta, aborda al mítico creador del diario La Opinión Jacobo Timerman, y a su alter ego, el General Alejandro Lanusse.
La acción transcurre hacia finales de 1971, momento en el que la hija del general está por contraer matrimonio con un importante cantautor de la época. Los preparativos del evento se mezclan con las luchas políticas, la búsqueda del poder frente al pueblo, el oficio periodístico, los conflictos económicos, etc.
La concepción de esta realidad ficcionalizada está reforzada, desde la puesta en escena, por la idea de un universo político laberíntico y a medio hacerse. La década del ’70 encierra una utopía colectiva que ha marcado la historia. Los sueños y aspiraciones de la juventud de la época, el deseo de una revolución política y social, la figura del Che Guevara convertido en un héroe mítico, el socialismo y la lucha armada afines a La Opinión, entran a jugar como circunstancias que influencian la trama.
Halac juega con el límite entre persona y personaje. ¿Jacobo Timerman fue realmente como el hombre que vemos en escena? ¿El agente de la CIA, a cargo de la seguridad del casamiento, fue realmente el asesino del Che Guevara? ¿Existió una relación tan cercana entre el empresario periodístico y Lanusse? ¿Pudo un simple periodista infiltrarse en un evento social sumamente custodiado en esa época?
El poder de la ficción invade la realidad. J. Timerman sugiere que la realidad es posible de ser comprendida a partir de un relato ficcional. Si la realidad es aprehendida en tanto que se recorta, y todo recorte es ya ficción, ¿no estamos acaso caminando en una gran telaraña que nos relatan?
7 — Yo, Encarnación Ezcurra
Sobre los últimos años de su vida, Encarnación Ezcurra (1795–1838) hace un repaso lúcido y desgarrado sobre su lugar en el proyecto de construcción de la patria. Esta obra de teatro, escrita por Cristina Escofet, muestra que esta mujer, mucho más que la esposa de Juan Manuel de Rosas, fue su estratega política y su guía.
En un relato intimista vemos a la mujer de mil caras, que albergaba en su cuerpo un misterio perpetuo. A caballo entre la rectitud, el cuerpo salvaje, los delicados modales y el pelo rebelde, sus caderas van contando su pasado al compás de la música de Agustín Flores Muñoz y Martín Miconi, acompañados de la voz de Malena Zuelgaray.
Comprendiendo que el poder jamás sería suyo por su condición de mujer, Encarnación se constituyó en mapa viviente del proyecto de su marido. Fue su guía en las noches más oscuras, la guardiana del tesoro federal.
El accionar de Ezcurra en el interior de la casa, en el imaginario que construye el director Andrés Bazzalo, permite leer una inversión en la relevancia simbólica del hogar como espacio femenino. Allí dentro Encarnación se valió de la ayuda de sus criadas para escuchar detrás de las paredes, leer los labios cerrados de las damas unitarias, descubrir farsantes dentro de sus colaboradores y ejercer el poder cuando fuera necesario.
8 — A la buena de Dios
Estela se queja, refunfuña. Está cansada, quiere tomar el camino hasta la estación de servicio que vió hace unos kilómetros. Pero Sofía se niega a moverse de al lado del auto, confía en que irán en su rescate.
Desde el comienzo vemos en ellas dos personalidades totalmente opuestas, la hermana pequeña, rebelde y astuta, contra la hermana del medio, la temerosa y de poco carácter. Son comandadas por Amalia, la hermana mayor. Mujer fuerte, severa pero justa, y sumamente religiosa. El nivel de fanatismo religioso es directamente proporcional a sus edades. Amalia se inspira en la solidaridad y el amor al prójimo, mientras que en Sofía se manifiesta a través de la culpa, y Estela atraviesa el cuestionamiento de ciertas reglas que considera absurdas, como que el largo de pollera la hará más o menos cercana a Dios.
Las tres señoritas están perdidas en una ruta inhóspita de Catamarca, se quedaron sin combustible y Sofía leyó mal el mapa. Oriundas de Mendoza, se dirigían al norte para entregar donaciones en la iglesia de Julián, un cura amigo. Oscurece mientras discuten el plan al seguir. Finalmente deciden quedarse a dormir en el auto hasta el amanecer para poder salir a pedir ayuda.
A la buena de Dios, texto de Juan Ignacio Fernández, se ubica en los años ’70 en una provincia regida por el nepotismo, con características casi feudales, en la que las fábulas morales sirven para aleccionar al pueblo. Julián es parte de lo que luego se conoció como el movimiento de los sacerdotes tercermundistas latinoamericanos, que impulsaron una nueva forma de ver a la iglesia, unida al pueblo, y no como un ente superior que daba sus misas en latín.
Uno de los puntos más interesantes de la obra es que los personajes femeninos están interpretados por hombres y los masculinos por mujeres. Un gran acierto de la directora Tatiana Santana, para poner sobre el escenario esta historia conmovedora. El intercambio de géneros permite profundizar en el choque de mundos que representa la obra. Dos universos contrapuestos que se cruzan de casualidad para influir irremediablemente uno en otro. Las hermanas lograrán cuestionar su concepto de ética y moral y su valentía, abriendo los ojos ante una realidad política y social que hasta entonces les resultaba bastante ajena. Mientras que la postura radical del periodista se dejará influir por la ternura y transparencia de las mujeres.
9 — Ruido Blanco
Un joven músico recibe una beca del Centro de experimentación musical para viajar a la Antártida. Allí deberá componer y grabar sonidos para su proyecto. De un día para el otro se ve lejos de su familia y de su banda. Alejado de su hábitat natural, y arrojado a un lugar inóspito y silencioso, el joven se encontrará con los sonidos de sus propios pensamientos y emociones.
Un viaje iniciático al modo del Romanticismo, que veía en este tipo de recorridos una aventura de comienzo y trascendencia para el ser humano, en contraposición con las conveniencias y comodidades del mundo moderno que estaban asomando. La obra de Franco Calluso juega con ese imaginario y, del mismo modo, se permite ir a contracorriente explorando un universo poco visitado en la dramaturgia contemporánea: el complejo vínculo del hombre con la naturaleza en el continente antártico.
Allí Santiago, el protagonista, se instala, pasa frío, tiene el horario cambiado, se aburre, no logra inspirarse, mientras es presionado por la directora del Centro de experimentación para que entregue avances concretos. Para paliar la soledad y la falta de inspiración, se reúne con otro becario, un científico ruso que le entrega a préstamo la foca que está estudiando. Mención aparte merece el excelente trabajo de la actriz Rosalba Menna, quien interpreta a los tres personajes (directora, biólogo y foca) casi exclusivamente a partir de cambios en el habla y pequeños movimientos que marcan el traspaso entre uno y otro. Y con gran comicidad física construye un animal entrañable en sus rarezas.
Una propuesta muy original en la que el vínculo entre un hombre y un animal nos hace reflexionar sobre la producción artística. La inspiración, la constancia y la incertidumbre en un becario que busca la creación perfecta.
10 — La sala roja
Antes del ingreso de los niños, la sala roja abre sus puertas para una reunión de padres. Se los convoca para tratar los temas pendientes: el uniforme, el retiro de los chicos, el festejo de cumpleaños y los regalos, las actividades escolares. Tímidamente se acercan los progenitores y comienzan a dialogar, mientras esperan la llegada de la directora del jardín, una espera que se prolongará hasta el final del encuentro.
La sala roja, escrita y dirigida por Victoria Hladilo, hace del jardín de infantes una muestra en miniatura de las miserias de los adultos, que se agudiza por la condición de encierro en la que se ven envueltos. La reunión debe cumplirse de cualquier manera y nadie puede salir hasta que no se toquen todos los temas. En ese espiral de tensión creciente, cada uno va mostrando su lado oscuro. Se presionan unos a otros, se chicanean, se chantajean, forman alianzas y bandos.
La guerra de padres se desata y con ella la comicidad tiene rienda suelta. El intento fallido de realizar una actividad conjunta es realmente desopilante. El elefante que tienen que armar con una caja de cartón, cartulinas y marcadores, representa la dificultad del trabajo colectivo, en tanto las expectativas individuales están por encima del grupo. Sus distintas concepciones del rol de la paternidad y la maternidad (los que se pretenden modernos y despreocupados vs los obsesivos y controladores) imposibilita el encuentro sincero, mirarse a los ojos y reencontrarse en sus errores y aciertos.
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