En el centro del valle de Catamarca, Sora y Yole, suegra y nuera, conviven en una casa perdida en lo alto de la cuenca. Permanecieron juntas tras cinco años de soledad materna y conyugal por la partida de Miguel, hijo de Sora y esposo de Yole, que un día se fue sin dar explicaciones. Podemos saber por sus relatos, que era un hombre golpeador, bebedor, malhumorado y bruto. Por eso viven en un presente de nostalgia y tristeza pero también de paz. En el nuevo hogar femenino que han formado nadie levanta la voz. Repentinamente ese vínculo fraternal se ve sacudido por la vuelta repentina del que supo ser el hombre de la casa, amo y señor. Trae consigo promesas de cambio tras su paso por la iglesia, donde le enseñaron a ser una nueva persona. Allí se refugió durante estos años para ser sanado. Sin embargo, el recibimiento no se da como él lo esperaba, entre la desconfianza y la frialdad.
La historia de Como una estrella apagada se cuenta al abrigo de los espectadores que rodean, en una grada frontal y dos laterales, el espacio escénico, y con el acompañamiento de la música norteña que ejecutan en la sala Gastón Matorra y Ezequiel Quinteiro. La puesta escena creada por Victoria Sarchi construye así un mundo pequeño y profundo, de sentimientos ahogados, ladridos de perro y un cielo estrellado.
Durante la ausencia de su esposo, Yole estableció un vínculo sentimental con Danilo, un muchacho de pueblo que supo curar sus heridas físicas y psicológicas a través de la contención y el cuidado. Danilo se ganó incluso el cariño de Sora, quien lo hizo parte de la familia.
En las zonas rurales pareciera que el tiempo se detiene, se alarga y achata, porque la vara de medición es la de los habitantes de la ciudad. Sin embargo, aquí ha pasado mucho. En estos años en el corazón de ambas mujeres crecieron diariamente sentimientos opuestos, el cariño y el recuerdo por Miguel, pero también el enojo y la incomprensión. Y el tiempo pasado sirvió para forjar una conciencia femenina independiente del hombre. Comprendieron que no lo necesitan para subsistir económicamente —Yole produce panes y comidas caseras y ambas salen a venderlos por el pueblo—, ni para formar una familia. Eso es lo que sorprende al hombre que regresa, las mujeres siguieron adelante a pesar de todo y su ausencia se diluyó en la cotidianidad. Intenta establecer el mismo vínculo dependiente y enfermizo con ellas, pero encuentra trabas, un no como respuesta.
Los perros de la casa juegan allí un rol fundamental, antes que nadie, detectan en Miguel los viejos malos hábitos y lo rechazan con su mirada, sus ladridos y sus roces. Interpretados magistralmente por María Eugenia Gómez y Sol Montero, Pelandrum y Diego son fieles a sus amas y las defienden frente a todo. Las actrices intercalan la interpretación canina con bellísimos cantos que metaforizan los sentimientos antagónicos de los protagonistas.
Se me está haciendo la noche en la mitad de la tarde, no quiero volverme sombras, quiero ser luz y quedarme
(Quiero ser luz – Mercedes Sosa)
Autoría:Victoria Sarchi
Dramaturgia:Victoria Sarchi
Actúan:Anabela Graciela Denápole, María Eugenia Gómez, Gabriela Ibarguren, Emiliano Marino, Sol Montero, Alejandro Robles
Músicos:Gastón Matorra, Ezequiel Quinteiro
Escenografía:Carolina Beltrán
Diseño de luces:Diego Bellone
Diseño de sonido:Gastón Matorra, Ezequiel Quinteiro
Operación técnica:José Binetti
Diseño web:Silvana Ángela Sabetta
Asistencia de dirección:Verónica Parreño
Prensa:Más Prensa, Analía Cobas, Cecilia Dellatorre
Dirección de actores:Franz David Toro
Dirección general:Victoria Sarchi
Sala:Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943, CABA) – Sábados a las 20:00. Hasta el 9 de diciembre.
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