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Melina Martire

Recuerdos imborrables de la infancia




Manuel llegó al día de su cumpleaños número 40 y se pregunta si su infancia fue feliz. Para responder a esa pegunta, Sebastián Irigo, director de Lo único que hice fue jugar, en vez de que la mente del personaje recree todo transformándolo en un unipersonal, siendo el recurso más común actualmente, tuvo la creativa idea de poner en escena a la familia entera, interpretada por otros cuatro actores.

Años ’80. En un pequeño pueblo del interior sin precisar, viven Marcela, preceptora,  madre sobreprotectora, dulce y trabajadora que no se da tiempo para la pareja; Ricardo, contador que hubiera querido ser arquitecto, padre poco cariñoso y hundido siempre en sus propios pensamientos, jugador asiduo de lotería; Adriana, la hija de quince años, una joven despierta e independiente; Nacho, el hijo del medio, un poco callado y apegado a su hermano menor; y Manuel de siete años, que vive inventando juegos solo o acompañado para pasar el rato. La historia será relatada a través de este último, pero también tendrán protagonismo las voces de los hermanos. La obra se centra en contar los miedos, angustias y alegrías de los hijos frente al accionar de los padres.

La vida en el pueblo a veces resulta un poco monótona y las actividades para hacer son pocas. Por eso Manuel se las ingenia para crear nuevos juegos, utilizando todos los espacios. Es acertada la elección de la sala del teatro Espacio Callejón, ya que cuenta con dos balcones laterales y varias puertas para le permiten al actor crear una amplia gama de movimientos y recorridos escénicos distintos.

Podemos distinguir dos momentos claros y diferenciados en Lo único que hice fue jugar: al inicio se muestran los momentos felices de la pareja con sus hijos, Navidad, cenas, un viaje a la costa, etc., donde se destaca el humor, el amor y el juego. En esta primera etapa los actores van representando situaciones cotidianas a través de coreografías y movimientos livianos. Luego el clima de la obra se espesa y tensa, profundizándose los vínculos entre cada integrante de la familia. En el segundo momento, los problemas de pareja de los padres comienzan a afectar a los hijos y cada uno elige una forma particular de enfrentarlos, desarrollando sus traumas y cicatrices. Adriana se expresa a través de la rebeldía, Nacho mediante trastornos obsesivo compulsivos y Manuel intenta evadirlos mediante el juego. Formarán nuevos vínculos a medida que cada uno va creciendo y la familia se verá transformada irremediablemente. Lo que sí está presente en todo momento son los diferentes climas musicales para cada situación: las clásicas melodías de Bonanza, SWAT, Brigada A, Carlitos Balá, entre otras, trasladan nostálgicamente a los espectadores a un tiempo lejano, que por ser anterior pareciera ser mejor.

Sin embargo, Irigo elige la perspectiva del recuerdo para que el personaje de Manuel pueda encontrar en ese pasado las certezas para su presente y su futuro. Todo tiempo pasado no fue mejor, solo fue el que realmente sucedió. Será responsabilidad del Manuel adulto al menos no repetir aquellas actitudes y decisiones que lo hicieron sufrir siendo un niño.


Actúan: RicardoFederico Buso, Marcela– Laura Oliva, Adriana– Josefina Scaglione, Ignacio (Nacho)– Sebastián Politino, Manuel  – Gerardo Chendo

Coreografía:Vanesa García Millán

Musicalización:Sebastián Irigo

Vestuario:Analía Morales

Iluminación:Sebastián Francia

Escenografía:Julieta Kompel

Realización Escenográfica:Gianni Foschiatti – Daniel Padilla

Fotografía:Pablo Tesoriere

Diseño Gráfico:Matilde Pizzorno

Comunicación Digital:Andrés Rovetto

Prensa:TEHAGOLAPRENSA

Asistente de dirección:Roberto González Segura

Asistencia Artística:Nadia Crosa

Dramaturgia y Dirección:Sebastián Irigo

Sala:Espacio Callejón (Humahuaca 3759, CABA). Lunes a las 20:45


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