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Melina Martire

La solidaridad castigada




Estela se queja, refunfuña. Está cansada, quiere tomar el camino hasta la estación de servicio que vió hace unos kilómetros. Pero Sofía se niega a moverse de al lado del auto, confía en que irán en su rescate.

Desde el comienzo vemos en ellas dos personalidades totalmente opuestas, la hermana pequeña, rebelde y astuta, contra la hermana del medio, la temerosa y de poco carácter. Son comandadas por Amalia, la hermana mayor. Mujer fuerte, severa pero justa, y sumamente religiosa. El nivel de fanatismo religioso es directamente proporcional a sus edades. Amalia se inspira en la solidaridad y el amor al prójimo, mientras que en Sofía se manifiesta a través de la culpa, y Estela atraviesa el cuestionamiento de ciertas reglas que considera absurdas, como que el largo de pollera la hará más o menos cercana a Dios.

Las tres señoritas están perdidas en una ruta inhóspita de Catamarca, se quedaron sin combustible y Sofía leyó mal el mapa. Oriundas de Mendoza, se dirigían al norte para entregar donaciones en la iglesia de Julián, un cura amigo. Oscurece mientras discuten el plan al seguir. Finalmente deciden quedarse a dormir en el auto hasta el amanecer para poder salir a pedir ayuda.

Estela sale a caminar por la ruta, encuentra a un muchacho mal herido y lo lleva con ellas. Sus hermanas se enojan por semejante osadía (la idea de encontrarse solas con un hombre en este paisaje les resulta aterradora, y también atractiva) pero resuelven hacerle un lugar. Al indagar en la vida de Juan Ismael, descubren que es un periodista herido de bala perseguido por la policía.

La llegada de la ley complicará las cosas. Manuel, un oficial autoritario, junto con Jaime, su súbdito temeroso y burlón, presionará a las hermanas para obtener el paradero de Juan Ismael, a quien ellas ayudaron a esconderse por considerarlo un buen hombre perseguido. La situación se irá tensando, y el abuso de poder del oficial dará un giro inesperado a la obra.

A la buena de Dios se ubica en los años ’70 en una provincia regida por el nepotismo, con características casi feudales, en la que las fábulas morales sirven para aleccionar al pueblo. Julián es parte de lo que luego se conoció como el movimiento de los sacerdotes tercermundistas latinoamericanos, que impulsaron una nueva forma de ver a la iglesia, unida al pueblo, y no como un ente superior que daba sus misas en latín.

Uno de los puntos más interesantes de la obra es que los personajes femeninos están interpretados por hombres y los masculinos por mujeres. Un gran acierto de la directora Tatiana Santana, para poner sobre el escenario esta historia conmovedora. El intercambio de géneros permite profundizar en el choque de mundos que representa la obra. Dos universos contrapuestos que se cruzan de casualidad para influir irremediablemente uno en otro. Las hermanas lograrán cuestionar su concepto de ética y moral y su valentía, abriendo los ojos ante una realidad política y social que hasta entonces les resultaba bastante ajena. Mientras que la postura radical del periodista se dejará influir por la ternura y transparencia de las mujeres.

El punto que los une es el sacerdote, que fue trasladado de Mendoza porque sus acciones populares no eran bien vistas por el poder eclesiástico. Así como las hermanas colaboraban con él en Mendoza con las donaciones y Amalia con la atención de los vecinos en calidad de enfermera, Julián colaboró con Juan Ismael en Catamarca dándole asilo y protegiéndolo de la policía. Una cadena de favores, una red de solidaridad y compromiso que atraviesa la obra, rompiendo a su paso con varios prejuicios. Ese tejido que construyen los actores con interpretaciones profundas, que no caen en el lugar común, configura un texto que muta de la comedia hacia el drama de una manera poéticamente dolorosa. Ver A la buena de Dios es una experiencia única, en la que comenzamos a ver una obra y terminamos viendo prácticamente otra.

En el lenguaje cotidiano, que algo o alguien esté a la buena de Dios, implica un descuido. Dejar a la deriva, sólo bajo la buena voluntad del omnipresente, contando con que lo abandonado consiga un buen término. Es en esa distracción, en ese olvido donde ubicamos la historia. Tomar la ruta equivocada allí donde dos caminos se bifurcan, permite un giro involuntario hacia una realidad otra. A la buena de Dios nace en ese lugar olvidado, en el que las hermanas y el periodista toman la palabra y escriben, con dolor, su propia historia.


Autoría:Juan Ignacio Fernández

Actúan:Guido Botto Fiora, José Escobar, Andrés Granier, Verónica López Olivera, Ana Scannapieco, Maite Velo

Vestuario: Ana Nieves Ventura

Escenografía e iluminación:Nacho Riveros

Musicalización:Tabaré Leyton, Tatiana Santana

Fotografía:Agustina Luzniak

Diseño gráfico:Juan Francisco Reato

Asistencia de dirección:Julieta Varela

Prensa:Duche&Zarate

Coreografía:Laura Figueiras

Dirección:Tatiana Santana

Sala:Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378, CABA) – Jueves a las 20:30.


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