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Melina Martire

Incendiar el sistema



Una fiesta nocturna y alegre se desarrolla por todos los rincones de la fábrica, comenzando, para sorpresa de los espectadores, en el cuarto donde esperan para ingresar a la sala. Los empleados bailan, fuman, cantan, se seducen unos a otros, bromean. De repente el clima se enrarece y surge la violencia contenida: en realidad se trataba de una fiesta de despedida por los que se van. Los empleados que fueron despedidos se enfrentan a los que aún están contratados y rompen parte de las instalaciones.

La empresa de fabricación de máquinas embaladoras está en crisis. Las dueñas, dos mujeres mayores mal asesoradas por un gerente desalmado, reducen personal, suspenden a unos, le dan vacaciones obligadas a otros, ponen a todos a trabajar en un mismo espacio. Faltan computadoras, faltan sillas, falta el aire.

Cambiando sus vestuarios, los personajes representan varios días de trabajo en la empresa. Una mañana se desata el caos: el dinero que pagaron para poder entrar un contenedor con productos importados al puerto no es suficiente. El gerente maltrata a algunas de las empleadas, obligándolas a resolver el problema. Se sobrepasa, las insulta, les falta el respecto pero ellas no reaccionan, sólo evitan escucharlo, él llora arrepentido. Una escena de abuso de poder y posterior arrepentimiento que se vuelve común, se repite, aparentemente, todos los días.

Tres grupos de escritorios dispuestos en el escenario representan los tres grupos de trabajo claramente diferenciados: las recepcionistas, las chicas de recursos humanos y las del sector contable. Entre cada bando hay roces constantes por el espacio, por el sueldo, por sus vidas personales. Cuestión que sugiere un contrapunto tragicómico con la difícil situación laboral en la que están inmersas. Se echan en cara que una no invitó al casamiento a la otra, que una se fue de vacaciones a EE.UU. a gastar dinero que no tiene, que otra no avisó que era el cumpleaños. Ese ida y vuelta entre lo serio y lo cómico, junto con el sistemático juego de entradas y salidas, es lo que mantiene en vilo al espectador. Asistimos así a la decadencia no sólo de la empresa sino a la decadencia moral de los empleados que se rebajan a discusiones absurdas en las que se faltan el respeto constantemente.

Algunos empleados sugieren que se reincorpore a los despedidos para trabajos de mantenimiento de las maquinarias que conocen a la perfección, puestos que son muy necesarios. Por el contrario, una de las dueñas sugiere que deberían buscar personal de seguridad para defenderse de los despedidos, supuestas bestias criminales que osan reclamar una reincorporación o indemnización. Mientras tanto, el gerente continúa con sus locas ideas que rozan la ilegalidad y la falta de ética profesional: pide a los empleados que elaboren dos balances contables paralelos para tener a mano ante una posible inspección, al tiempo que envía a un empleado a Brasil para negociar con una empresa la importación de productos, los mismos que ellos podrían elaborar con la maquinaria que tienen.

Como no obtienen una mejora en sus condiciones de trabajo, los trabajadores se reúnen para diseñar un plan de lucha y ayudar a los despedidos. Sin embargo, la reunión fracasa por la falta de consenso, nunca logran ponerse de acuerdo. Y ese es justamente el punto débil que no les permite triunfar, ya que los dueños sí están bien organizados en conjunto.

El gran acierto de Fuego todo es poder narrar todo esto de manera breve y concisa. Muchas cuestiones se sugieren y se dicen en voz baja o en frases sin terminar. En varias oportunidades las miradas entre los personajes cuentan más que sus dichos. El uso extensivo del espacio es clave para que los diecisiete actores puedan dialogar físicamente sin roces, mostrándose en diversos planos ya que se utiliza también el espacio extra-escénico (patio, baño y terraza).

Fuego todo, con autoría de Pablo Elías Quiroga y Jorge Eiro, y dirección de éste último, se dirige, sin hablar de lugares o tiempos específicos, hacia el corazón de las consecuencias de las crisis económicas en una nueva etapa capitalista -pauperización laboral, cierre de fábricas, desempleo-, ejemplificado en el caso de la empresa Zilberberg Hnas. Cómo se desgastan los cimientos de una fábrica que opera hace más de cincuenta años. Día a día el maltrato a los empleados, el quite de subsidios estatales, la incorporación de productos importados, la falta de personal capacitado por un escaso pago, entre otros, van minando una estructura productiva que supo ser sólida, y con ella a sus empleados, que caen en desgracia económica, moral y familiar, y se encaminan a su desaparición en medio del incendio.


Dramaturgia:Jorge Eiro, Pablo ElíasQuiroga

Elenco:Beatriz Rajland, Cecilia Lucas, Emiliano Lamoglie, Georgina Serafini, Javier Goya, Jorge Noguera, Julián Pérez, Leandro Marcelo Lara, Lisandro Armas, Lucio Santilli, Luz Panizzi, Manuela Sánchez Almeyra, María Benavidez, Mariana Bruno, Perla Álvarez, Rocío Pérez Silva, Rosana Lamanna

Vestuario:Manuela Sánchez Almeyra,Georgina Serafini

Diseño de iluminación:Rocío Caliri

Escenografía:Estefanía Bonessa

Diseño gráfico:Romina Juejati

Fotografía:Luz Soria

Prensa:Octavia Comunicación

Producción:Luz Panizzi, Rocío Pérez Silva

Autoría:Fuego Todo

Dirección:Jorge Eiro

Sala:Timbre 4 (México 3554, CABA) – Viernes a las 23:30. Hasta el 28 de julio.


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