Semblanza de una escritora que nos lleva a visitar mundos distópicos como espejo de nuestro presente. Margaret Atwood cuestiona las bases ideológicas de nuestra sociedad occidental en alegorías para pensar nuestro presente.
Margaret Atwood celebra hoy sus ochenta y un años. La novelista y poeta canadiense tiene un su haber más de sesenta libros publicados y traducidos a diversos idiomas, pero el que definitivamente la puso al alcance de todos los lectores de todo el mundo, fue El cuento de la criada (The Handmaid’s Tale), novela escrita en 1985 y adaptada al formato serie televisiva en 2017 producida por MGM Television. Allí, al igual que en gran parte de su obra, Atwood navega en la construcción del cuerpo y el pensamiento femenino en un contexto patriarcal y amenazante. Imagina un universo distópico: amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. En la República ficcional de Gilead, el cuerpo de Defred, la protagonista, sólo sirve para procrear, de acuerdo con las normas puritanas de ese Estado. Ante una población diezmada por la contaminación ambiental, el gobierno totalitario se asegura la regulación de un bien escaso, la procreación. Las mujeres, despojadas de derechos y libertades, son divididas en castas según su rango socioeconómico, y las físicamente sanas y en edad fértil deben cumplir la tarea de dejarse ser fecundadas (violadas) por sus amos. La narración ha funcionado como una alarma para los lectores al mostrarles que todo puede suceder en determinadas circunstancias, y que ese mundo irreal no resulta tan lejano, como suele suceder en las distopías clásicas como 1984 de George Orwell, Un Mundo Feliz de Aldous Huxley y Farenheit 451 de Ray Bradbury. Si bien la autora se nutre de un extenso conocimiento de la ciencia ficción, aquí se ocupa de utilizar elementos tecnológicos y circunstancias históricas existentes. Nada de lo que leemos parece impensado: la explotación laboral de un cuerpo doblemente empobrecido por fértil y femenino, la sujeción de mujeres por mujeres, la religión como fin que justifica cualquier medio, la verticalidad en un mundo en el que las decisiones importantes las toman los hombres, un complejo y estático sistema de clases sociales al servicio del sistema productor capitalista. En el día de ayer en Argentina el gobierno nacional anunció el envío del proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo al Congreso, un anuncio muy esperado por gran parte de la comunidad de mujeres y personas de géneros disidentes. Un pedido que se hace sentir en las calles y en la sociedad, y que ahora intenta ser formalizado. El proyecto parte de una premisa: los abortos ya se realizan en el país de manera clandestina, poniendo en riesgo la salud de la persona gestante. La posibilidad de una ley que legalice esta práctica daría lugar a estadísticas oficiales; programas de prevención; interrupciones por pedido de la gestante en casos de violación, sin previa intervención judicial; mayor difusión de la ley de educación sexual integral; regulación de la práctica clandestina por la que profesionales privados obtienen ingresos millonarios; a los que acceden sólo aquellas mujeres que pueden pagar por ello. Estos dos hechos, el envío del proyecto y la difusión que continúa teniendo la novela, no son fortuitos. Responden a una necesidad colectiva de hablar sobre estos temas, que atraviesa prácticamente siglos de historia. En el origen de la civilización occidental podemos rastrear la división sexual del trabajo en base a la capacidad reproductiva de las mujeres. El descubrimiento del útero como máquina de gestación de una población plausible de servir para la guerra y la ocupación de los territorios, puso a las personas gestantes en desigualdad de condiciones. Incluso el desarrollo de la agricultura ya desde el período neolítico, impulsó la superioridad de los hombres sobre las mujeres que eran intercambiadas o compradas en matrimonio. ¿Demasiado distópico? Claro que no. Al día de hoy diversas sociedades contemporáneas continúan utilizando las uniones forzadas y la esclavización de las personas de género femenino como objeto de poder y sujeción. Brindamos a la salud de Margaret, para que este cuento nunca se haga realidad. No quiero sentir dolor, no quiero ser una bailarina ni tener los pies en el aire y la cabeza convertida en un rectángulo de tela blanca, sin rostro. No quiero ser una muñerca colgada del Muro, no quiero ser un ángel sin alas. Quiero seguir viviendo, como sea. Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que les venga en gana. Soy despreciable. Por primera vez siento el verdadero poder que ellos tienen. Fragmento de The Handmaid’s Tale
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