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Melina Martire

La invención de las noticias perdidas

Reseña de El silencio de Hemingway de Lucas González Monte, editado por Página Blanca Casa Editora




“Oficio: Habilidad y destreza logradas por la práctica de una actividad o profesión”, reza el diccionario de la Real Academia Española. Lucas González Monte hace honor a esa definición en su libro de cuentos El silencio de Hemingway publicado por Página Blanca Casa Editora. Un viaje intenso que se nutre de la realidad espejada en los diarios locales para despegar hacia ficciones fantásticas, con alto contenido político y una afilada mirada social. González Monte abre los ojos ante un mundo que le resulta familiar, en su calidad de periodista con sede en la Casa Rosada, y graba en la retina cualquier suceso digno de convertirse en historia. Como en el cuento Carromato en el que un trabajador más del grisáceo centro porteño es testigo privilegiado de la tragedia, el autor lleva a los lectores de la mano a mirar el abismo en todas sus formas. En ese hueco turbio que nos invita a observar, hay personas que abandonan toda conducta racional con tal de sostener al Héroe nacional, cuento que abre el libro. Animales y personas con destrezas dignas de un circo, sacrificios humanos frente a una naturaleza mal comprendida, la marginalidad que busca refugio en la religión se hacen presentes en El perro y su corral, Nasal, Las virtudes de Ramón y Solsticio.

En su época de periodista Roberto Arlt tuvo que cubrir un episodio policial para realizar la posterior crónica: una joven inmigrante que trabajaba como sirvienta en una casa de familia, luego de permanecer toda la noche sin dormir, decidió terminar con su vida arrojándose bajo las ruedas del tranvía. A partir de dicha historia, Arlt escribió Trescientos millones, una obra sobre “una pobre muchacha triste que, sentada a la orilla de un baúl, en un cuartucho de paredes encaladas, piensa en su destino sin esperanza, al amarillo resplandor de una lamparita de veinticinco bujías”. Lucas González Monte toma esa misma luz tenue como pluma y antorcha para iluminar su propia reflexión sobre la profesión. En La caída de Marie, Tatuajes, cangrejos, ballestas, Cabrera sabía y El silencio de Hemingway indaga en las oscuridades de la creatividad, en los límites difusos entre realidad y ficción, en el oficio como marca identitaria, en la necesidad de palabras que llenen de oxígeno y permitan la existencia o la subsistencia.

Mientras tanto, en Tubo de tela y No, yo no bailo, se encuentra una interesante observación de la época. Con ironía y nostalgia, el autor crea personajes que recorren la ciudad de Buenos Aires con la nariz y los oídos atentos, sintiendo los años noventa, la infancia de la almohada doble matrimonial en la cama de los padres y la promesa de felicidad y derroche eternos.

Un léxico amplio y generoso permite la lectura sin pausa de este imperdible libro, que nos recuerda que esas noticias perdidas en recuadros marginales de un diario cualquiera, pueden transformarse en grandes historias de la mano de quien conoce el oficio de narrar.



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