“El año pasado murió mi oculista. Balzaretti era especialista en niños, una orientación que suelen tener los que tratan el estrabismo” Así comienza El trabajo de los ojos, un libro autobiográfico fragmentario, pequeño y precioso de Mercedes Halfon.
La protagonista se atendió toda su vida con ese hombre y, un buen día, su enfermedad y ella se quedan solas en el mundo. Deberá emprender el tortuoso camino de encontrar un nuevo especialista. Ese es el conflicto aparentemente central del texto, bajo el cual subyace la pregunta que lo atraviesa: ¿cómo el modo de ver el mundo afecta nuestras decisiones y elecciones?.
Es la historia de una transgresión, de un desajuste. Pero no del sujeto enunciador, sino de su mirada que se corre irremediablemente. Una forma de observar lo circundante que escapa a toda norma. La autora indaga en esos modos, logrando también la autoreflexión sobre su oficio de escritora, periodista cultural, poeta y crítica de teatro. La narradora ve siempre mal. Desajusta en relación a la nitidez que el poder normalizador se empeña en establecer.
Halfon recorre su historia al mismo tiempo que dialoga con los estrábicos más famosos (Sartre, Kirchner, Joyce y otros) y con los descubrimientos científicos en esa materia. Un recorrido que bucea en el vínculo entre mirar y escribir. El estilo propio nace entonces de una dificultad, de una marca de ausencia, de ese pequeño retazo de mundo que no llegamos a captar por uno u otro motivo.
Quizás en la tachadura de nuestras anotaciones, anida el secreto de nuestra forma de escribir, en la medida en que esa línea oscura que borroneamos habla de una elección, de un punto de vista. Ocultar algo para resaltar otra cosa. Figura y fondo.
“En toda casa hay cosas que se pierden para siempre. Estuvieron con nosotros y después no. Lápices negros, una media, hebillas del pelo, encendedores, paraguas, llaves. A veces creo que la vista es un bien de ese tipo. Algo que existe de forma irrefutable, muchos lo poseen, pero hay un punto oscuro, un precipicio rocoso desde donde cae a un fondo de pantano inaccesible” reflexiona Halfon.
El camino de la autora es el de quien indaga, con poesía y un poco de melancolía, en ese fondo pantanoso, en un ciclo que termina y en el miedo a lo que viene. Buscar un nuevo médico implica revolver en su árbol familiar los antecedentes de la enfermedad, recordar todos los estudios y los hospitales, la posibilidad de que su hijo herede la desviación. Pero sobre todo, el temor de no hallar alguien que comprenda su particular modo de ver. Y en esa búsqueda aparecerá una nueva médica que, según describe, se parece a la escritora Silvina Ocampo.
Escribir es un acto de fe, un salto al vacío. Como la protagonista que entrega su caso en manos de un nuevo especialista, sin ningún tipo de certezas, escribir es ponerle palabras a aquello que observamos y que nos interpela fuertemente.
Hacia el final del texto la poeta nos deja una clave: “El estrabismo es distinto [a la ceguera] porque los ojos pueden ver, pero están extraviados, no saben hacia dónde dirigirse. La escritura sería una forma de orientación posible, un mapa, una suerte de prótesis que conecta el interior con el exterior”.
Hebe Uhart decía que no hay escritores, sino personas que escriben. Tomamos ese camino porque las palabras nos eligieron irremediablemente. Escribimos no para ver lo que pasa, sino para ver lo que nos pasa con lo que descubrimos, al posar los ojos en la mirilla de la puerta.
El trabajo de los ojos
Mercedes Halfon
80 páginas; 20×13 cm.
Entropía, 2017
ISBN: 978-987-1768-44-8
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