La estructura de una imponente fábrica de acero abandonada y el descampado que la rodea, son las imágenes que dan inicio a Historias napolitanas, que narra en tres capítulos un fragmento de las historias de vida de tres personas: Giggino, Antonio y Marco. Los créditos de la película se mezclan con una cámara que salta y se mueve frenética, al compás del trote del primer personaje.
Giggino, un hombre de mediana edad, que sobrevive recitando poesías repetidas en restaurantes de la ciudad y hurtando las pertenencias que los distraídos habitantes de Bagnoli dejan dentro de sus autos. Va y viene entre la casa de su padre y la suya propia, siempre y cuando no se pelee con su mujer y su hijo. Visitador ocasional de prostitutas y baños públicos donde consume drogas, corre constantemente por la ciudad sin un destino ni horario fijo.
Antonio, un jubilado que añora las épocas en las que como obrero de la acería, representaba a la clase trabajadora que impulsó la gran industrialización del sur napolitano. Gracias a una indemnización que cobró, se permite comidas abundantes y la asistencia de una mujer ucraniana – ingeniera química en su país de origen- a quien coquetea constantemente; mezcla de esclava, confidente, amiga y amante. Este jubilado se define como especialista en la historia de Diego Maradona, y tiene montada una oficina, con vitrina con camiseta firmada incluida, donde recibe a visitantes que quieren saber de él.
Y por último, Marco, un muchacho de dieciocho años que trabaja sin ganas como repartidor en un almacén. Mientras hace los recorridos, aprovecha para charlar fugazmente con sus amigos, para ver las casas de los clientes, y para seducir a una joven aspirante a bailarina, simpatizante del partido comunista y activa participante de actividades culturales en el barrio.
Los protagonistas de las tres historias se cruzan y uno se mete en la historia del otro, como para dar el pie a la narración siguiente. Antonio es el padre de Giggino, y Marco es el muchacho del almacén que lleva los pedidos a la casa de Antonio. Los tres representan tres generaciones de hombres atravesados por su lugar de residencia, por el vínculo con lo femenino y con la sexualidad, que viven día a día sin tener un objetivo claro o una meta, simplemente deambulan.
El movimiento de la cámara del comienzo, frenético y errático, define de algún modo a toda la película. Los personajes, al igual que el caminante urbano que imaginó Baudelaire en su poesía, recorren constantemente una ciudad populosa, cambiante, diversa, que parece continuar más allá del mar. De ese modo, se dejan afectar por lo que ella les devuelve, y cada uno la reconstruye a través de su propia lente. Las historias y el modo de narrarlas son uno y lo mismo, un todo caótico filmado con cámara en mano que deja a la vista, incluso, cierta pretensión documentalista. En esta línea, la película toca temas tan diversos que en un punto no llega a trabajarlos en profundidad: los problemas edilicios, la inmigración, la falta de trabajo, la influencia de géneros musicales modernos en la música popular, la ferviente religiosidad, la devoción por el fútbol, lo europeo y lo nacional, los problemas de la falta de vivienda y la consiguiente ocupación ilegal, etc.
Bagnoli Jungle, título original del film, remite al barrio de Bagnoli en Nápoles, que se erige a orillas del mar. Antiguamente, una de las zonas industriales más importantes de Italia, que quedó descuidada en el tiempo y cuyo espacio público intentan recuperar las nuevas generaciones a través de actividades sociales y culturales. Sin embargo, un barrio más próximo a convertirse en ruina que a resurgir. Como sugiere Antonio refiriéndose a la fábrica abandonada, “este era nuestro Coliseo”. Bagnoli-Coliseo, que fue protagonista del crecimiento de Italia, testigo de grandes hechos históricos, víctima de terremotos y guerras, se muestra así, atravesada por las redes que la fueron convirtiendo poco a poco en una jungla.
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